jueves, 12 de marzo de 2009

(Diario el sueño de los objetos. C.2)


Objeto nº 2

Aullé de dolor cuando mi pie torpe y poco previsor tropezó con él. Me hizo perder el equilibrio y el paso automático que ejercito todas las mañanas cuando salgo de casa, todas las mañanas excepto los miércoles que camino de forma discontinua y suele ser día de recogida.
Ayer no fue día de recogida, por eso me quedé observándolo como si él fuese un rinoceronte azul y yo un experto cazador desconcertado: ¡es imposible saber cómo matar a un rinoceronte azul!
Apenas se movió un par de centímetros, inmóvil, expectante, tozudo, se cruzó en mi camino, o quizá fui yo quien violé su sagrada parsimonia, su ceremoniosa y estática presencia.
Sentí ganas de decirle algo y cuando me disponía a ello, un señor de maletín trajeado y empuñadura almidonada pasó rozándome el hombro, dio un saltito ridículo y digno para esquivarlo y levantó el brazo con precipitación para atrapar un taxi. En un abrir y cerrar de ojos desapareció de escena.
Y yo en un abrir y cerrar de cremallera me lo guardé en la mochila sin ser visto; bueno, eso creo. Cuando llegué a la oficina lo coloqué sobre mi mesa, junto a la pantalla del Mac. La imagen me sobrecogió.
Sin quererlo he puesto en comunicación dos realidades opuestas. El interior de mi ordenador es su piel áspera y tosca que soporta el peso y las tensiones con estoica actitud, y que a pesar de su apariencia rivaliza desnudo y sin armas con la tersa y esmerilada superficie de mi pantalla.
Les he hecho una foto a los dos juntos. Y, por supuesto, le he adjudicado un sitio nuevo para el que no estaba destinado pero que en mi oficina ya ha dado mucho de qué hablar, y potenció de un modo sorprendente la creatividad de los presentes. Ayer generamos las mejores ideas desde hacia años. Y todo gracias a una unión casual.
Aldo V. R.
(tropiezo de un par de segundos)



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