martes, 7 de abril de 2009

Lugares donde esconder mis poemas

Hoy he recibido un agradable email, de esos que uno no tira a la papelera sino que guarda con precaución y mimo. Una amiga me ha mandado un texto en el que está trabajando. Adjunto un breve extracto.

Sobre la superficie

La tierra húmeda huele a hierba, a mineral y a roca. Su textura es granulosa, su sabor salino y su aspecto sombrío, pero no tanto como el interior donde apenas llega la luz. En el vientre, en la cueva, en la gruta, se conoce la luz por el calor que se filtra a través de la piel o de la piedra; en la oscuridad el sol es energía, fervor y pasión.
Las palabras nacen de una gruta, la boca. El deseo mueve los labios que se abren, la corriente de aire roza las paredes de la cueva y produce el sonido.
La primera palabra es un eco involuntario: el sonido de la palabra retumbando en su interior hasta que encuentra la salida.
Durante días palpé la tierra. Una hormiga se deslizó por mi mano. Al principio no se atrevía, hasta que halló el modo de adherirse a la superficie de mi piel. Cuando quise darme cuenta una hilera de diminutas hormigas negras me habían estrangulado la muñeca.
Marlo
(Un buen día enterré un poema para exhibirlo)

martes, 24 de marzo de 2009

(Diario el sueño de los objetos. C.3)


El domingo fue día de recogida. Después de comer salí de casa con mi cámara de fotos en mano y la mochila a la espalda -nunca sé qué me puedo encontrar y si tendré que esconderlo, robarlo o simplemente rescatarlo- con la esperanza de hallar algo insólito a mi paso.
Y pasos di muchos, tantos que después de una hora callejeando desemboqué, a través de un pasaje en forma de codo dislocado o de cuello girado de avestruz, a la plaza de la que había partido y desalentado me dejé caer sobre el inflexible asiento de una de esas sillas de café que sacan a las terrazas, y que fabrican con el único objeto de que soporten el peso y no se dejen intimidar por la lluvia ni los escupitajos de la gente.
Me dolían los pies y los ojos de rastrear. Pedí un café y, mientras lo saboreaba con cierta parsimonia, el reflejo del sol ascendió por mi camisa, por mi cuello, por mi nariz. Cerré los ojos intimidado por la luz y cuando los abrí me topé de bruces con mi objeto número 3.

Objeto nº 3

Como una visión adherida a una ráfaga de viento pasó fugaz delante de mí. Cogí la cámara de fotos y veloz apreté el disparador. Un par de segundos después la pantalla me mostró la imagen atrapada: la cabeza de una señora sentada junto a la mesa de la esquina, las ruedas delanteras de un coche aparcado, los pies atolondrados y borrosos de un hombre que pasaba por allí y la papelera metálica suspendida de la farola. Ni rastro de mi objeto.
Me senté, desconcertado, un poco irritado. El camarero se acercó a mi mesa y me preguntó si deseaba algo más. No pude contestarle, de nuevo estaba allí, delante de mis ojos. Le pedí que permaneciese quieto un instante, podía asustarla; pero él me miró receloso y se largó sin darme ninguna explicación.
Triunfé en mi tercer intento. Una chica vestida con un falda vaquera y una camiseta blanca pasó delante de mí. Se le cayó al suelo el jersey que llevaba colgado del bolso, me apresuré a recogérselo y, una vez más, divisé mi objeto. Le supliqué a la chica que por favor no hiciese ruido ni pestañease; me hizo caso.
Me gusta su tacto porque puede ser áspero y sedoso, agrietado o terso, delicado como la piel de un niño o tan avejentado y sucio como los carteles publicitarios que se exhiben en las fachadas de algunos edificios abandonados. Sabe a limón, a ciruelas, a naranjas si se encuentra cerca de una frutería; a tabaco si alguien fuma a su lado; o a perfume antes de que el aire exterior evapore y esparza su olor. Tanto su ánimo como su apariencia dependen del lugar, del momento y de la proximidad de las cosas que se hallan a su alrededor.
Aldo V. R.
(un millón de pasos y tres intentos)

(Si te apetece puedes añadir en comentarios tu opinión del objeto nº3)


jueves, 12 de marzo de 2009

(Diario el sueño de los objetos. C.2)


Objeto nº 2

Aullé de dolor cuando mi pie torpe y poco previsor tropezó con él. Me hizo perder el equilibrio y el paso automático que ejercito todas las mañanas cuando salgo de casa, todas las mañanas excepto los miércoles que camino de forma discontinua y suele ser día de recogida.
Ayer no fue día de recogida, por eso me quedé observándolo como si él fuese un rinoceronte azul y yo un experto cazador desconcertado: ¡es imposible saber cómo matar a un rinoceronte azul!
Apenas se movió un par de centímetros, inmóvil, expectante, tozudo, se cruzó en mi camino, o quizá fui yo quien violé su sagrada parsimonia, su ceremoniosa y estática presencia.
Sentí ganas de decirle algo y cuando me disponía a ello, un señor de maletín trajeado y empuñadura almidonada pasó rozándome el hombro, dio un saltito ridículo y digno para esquivarlo y levantó el brazo con precipitación para atrapar un taxi. En un abrir y cerrar de ojos desapareció de escena.
Y yo en un abrir y cerrar de cremallera me lo guardé en la mochila sin ser visto; bueno, eso creo. Cuando llegué a la oficina lo coloqué sobre mi mesa, junto a la pantalla del Mac. La imagen me sobrecogió.
Sin quererlo he puesto en comunicación dos realidades opuestas. El interior de mi ordenador es su piel áspera y tosca que soporta el peso y las tensiones con estoica actitud, y que a pesar de su apariencia rivaliza desnudo y sin armas con la tersa y esmerilada superficie de mi pantalla.
Les he hecho una foto a los dos juntos. Y, por supuesto, le he adjudicado un sitio nuevo para el que no estaba destinado pero que en mi oficina ya ha dado mucho de qué hablar, y potenció de un modo sorprendente la creatividad de los presentes. Ayer generamos las mejores ideas desde hacia años. Y todo gracias a una unión casual.
Aldo V. R.
(tropiezo de un par de segundos)



jueves, 5 de marzo de 2009

El día que olvidé cómo eran las cosas

Una noche soñé que la lamparilla de noche escudriñaba mi rostro con su inquisitiva luz y que el despertador con su voz estridente y mordaz me describía, con la precisión de un forense diseccionando un cadáver, cómo era su interior. 
A la mañana siguiente me desperté con la piel de la cara enrojecida y un incipiente dolor de oídos. Decidí no ir a trabajar y salí a la calle con la única intención de caminar sin motivo, sin dirección. Di un paseo de ocho minutos y recogí mi primer objeto.

(Diario el sueño de los objetos)

Objeto nº 1

O, t, r, e, i, c, n, o, c, n, e. Palabras ilegibles para mí. 0, c, i, h, c. Me lo acerco a la nariz. Huele a resina, a papel contaminado, al polvo que se adhiere a la suela de los zapatos y que nos llevamos sin darnos cuenta a casa. No hay nada más acomodable que las partículas minúsculas de polvo que cubren y se adaptan sin esfuerzo a los ángulos y a las superficies de las cosas. Estornudo, una de esas letras me provoca alergia, quizá sea la n, o tal vez la o, tan negra y del tamaño de mi dedo índice.
Me disgusta la letra o, me recuerda a la cartilla caligráfica que rellenaba en el colegio con un lápiz que nunca estaba lo suficientemente afilado. Me resultaba imposible trazar una o perfecta, redonda y simétrica, sin gruesos bordes y con un rabito apuntando al cielo, el mío siempre se inclinaba hacia abajo como una margarita marchita.
Lo giró. El reverso de O, t, r, e, i, c, n, o, c, n, e, es The Austral Pink. Ante la falta de espacio urbano el tiempo acumula palabras, las superpone, las trocea, las esconde, las empaqueta, hasta que el haz y el envés no coinciden y son absorbidos por el frenético túnel de la comunicación, que engulle a la velocidad de la luz y causa el efecto de millones de bocas expulsando sonidos diferentes al mismo tiempo o el de la televisión de un solo canal emitiendo la programación de forma simultánea de todas las cadenas las 24h del día. 
Lo dejo sobre la mesa y retrocede como un caracol hasta desaparecer dentro de su misterioso caparazón. Tiene el tamaño de mi antebrazo y el aspecto de haber sido devorado por un perro rabioso. Pero su apariencia decadente y astrosa no me engaña, sé de dónde viene, le he hecho una foto en su estado natural, antes de que fuese expulsado del Paraíso mediático y todopoderoso de la exhibición.
Aldo V. R.
(pasos de ocho minutos)


Vagabundeo online

Una mañana me metí en internet. Buscaba información sobre apartamentos en alquiler. Cómo llegué a dar con él, es un misterio de esa especial naturaleza pixelada que es internet, que engulle sin masticar y sin dolor por la desmedida ingestión.
De un estudio de veinte metros cuadrados pasé sin saber cómo a una tienda online de bicicletas, vadeé un anuncio que me retaba a un test de personalidad, di esquinazo a una rubia de pechos turgentes y me topé de bruces con una viñeta de Eneko.
El flechazo fue instantáneo y dio su fruto. Espero robarle una sonrisa, si no a Eneko, a cualquiera que se divierta vagabundeando entre las imágenes que adjunto.








viernes, 27 de febrero de 2009

El ARTISTA

Aldo Vendeta de Roda. (Aldo Roda de Vendeta, Tarifa, 1965) Escritor de cuentos urbanos para adultos, ilustrador y topógrafo. De madre argentina y de padre español. Vive su infancia entre Benzú y Ceuta, donde es destinado su padre como funcionario de prisiones a la Prisión de Ceuta, hasta la edad de diez años, que realiza su primera incursión en la península y con ello su cambio de nombre. Por un error tipográfico al ser inscrito en el colegio se altera el orden de sus apellidos y pasa de llamarse Aldo Roda de Vendeta a identificarse con el de Aldo Vendeta de Roda. A partir de ese momento asume como algo normal la variación de su nombre puesto que se encuentra en un espacio diferente, y firma su primer cuento como Aldo Vendeta de Roda, que será galardonado con el premio Isla de Tarifa, a la edad de quince años.
Dos años más tarde muere su padre y su madre decide viajar a Buenos Aires con la idea de recuperar sus raíces, pero Aldo se niega a cambiar de residencia y será su hermano menor Herman quien la acompañe. En Madrid, se matricula en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros en Topografía, Geodesia y Cartografía que compagina con trabajos de camarero, cocinero y recadero en una Agencia Bancaria. Ilustra para un amigo, Samuel Abar, un libro de relatos que resulta ganador del Premio Internacional Compostela. Junto a Samuel Abar crea la Revista Cuentos Urbanos, donde se incita a los lectores a narrar con cualquier medio visual o auditivo un tramo de un trayecto sin historia.
Ha publicado tres libros de relatos breves: Cuentos desde la cuneta, El paseo de una hormiga y Ocho disfraces para un fantasma. Como ilustrador destaca la serie Pantagonismos que realizó junto a Rebeca Sinesta. Actualmente Aldo Roda de Vendeta compagina su actividad como topógrafo forense, con la de Aldo Vendeta de Roda, escritor e ilustrador.